Llegué a las 19.00 horas. Coche de prestado. Listo para la aventura. Al poco de entrar en la casa y de hacer unas fotacas-testimonio, decidí que lo más urgente era crear un espacio habitable. Para ello debía comenzar con las tareas de limpieza del espacio principal: antiguo pajar rehabilitado como dúplex (que hubiera sido de vivienda, si un concurso de traslados no me hubiese enviado a Mallorca).

Comprobé que una nevera funcionaba, dejé los víveres y empece a elaborar una lista de tareas, otra de compras, que al final fueron dos. Pretendía poner un poco de orden, pero la verdad, a una cosa le venía otra y no acababa de hacer nada concreto. En esto, se abrió la puerta del garaje y apareció un hombre de aspecto andino. Nos presentamos, se llamaba Wences, era el marido de Mariela y venía a cortar el césped y hacer cuatro tareas de mantenimiento del jardín. Flipé. No lo conocía de nada. Si estaba encargado de eso, estaba claro que hacía meses que no había venido. Pero vaya, me parecía estupendo que se pusiera a currar en el jardín. Si hubiera estado un par de horas más, me hace el trabajo que tenía pensado para la semana próxima. Así que intercambiamos teléfonos y quedamos para otro día, que yo supuse sería el siguiente, pero no fue.
Al poco de venir Wences, se presentó uno de los vecinos, que tenía el coche guardado en nuestro garaje. Saludos, cuanto tiempo, la familia y tal. No lo esperaba, pero encantador. Al poco de marcharse se presenta su hermano, bueno es saberse reconocido y localizado. Pena de no tener cervezas frescas. Antes de marchar del pueblo habrá que hacer una quedada. Que hay que cuidar a los vecinos, oiga. Así que entre pitos y flautas, la casa se queda a medio limpiar y las tareas sin planificar. Pero la vida social tiene estas cosas, seguro que más adelante, echaré de menos tanta visita.
Se va haciendo de noche. Unas fotos del cambio de luz (Han quedado chulas, para el instagram, me digo). Ceno de pamboli, que es muy socorrido. Y a contemplar las estrellas en silencio. ¡WOW, qué flipada! ¡Cómo mola la vida de pueblo!. Y me acuerdo del libro de Tesson*, que allà en Siberia se pegaba unos lingotazos de vodka, y me pregunto que tengo yo de parecido. Aguardiente de queimada. Con un chupito y ya pasé directo a la psicodelia. Qué pena que luego no pillara sueño. Demasiadas emociones.
*Tesson, S: La vida simple (2013)
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