Me despierto pensando que se me ha pasado la hora del técnico de la caldera, que me dijo que vendría hoy. ¡Uf, me queda una hora!. Desayuno, pues.
Viene el técnico. Tras una hora de curro intensivo (caldera de más de 40 años), resulta que no sirve de nada, porque el depósito está obstruido con fuel mezclado con agua y tierra (puag), y requiere uno nuevo y otro presupuesto. En fin, aprovecho para la reorganización del garaje-trastero, donde no hago más que empezar, dada la ingente cantidad de trastos que contiene.
Retomo viaje a la piscina, que ayer moló. Y a la vuelta, mientras estoy comiendo, se presenta el fontanero. En un pispás, me arregló cuatro cisternas. Si pudiera, me lo llevaría a Palma de fontanero de confianza. En fin, 1-0, respecto a realización de tareas pendientes. Me falta lo de cortar el árbol, pero el técnico no ha dado ninguna señal.
Después de la bendita siesta, subo a la biblioteca, a ver si avanzo algo del blog.
Me está saliendo muy activo y con demasiados detalles personales. No introduzco reflexiones ni hay espacio para la poesía, como en los textos fundacionales. Dudo. Habrá que publicar más y esperar comentarios.
Acabo cenando en casa de unos primos en un pueblo vecino. La familia al rescate.
A la vuelta, tormentón de verano. Ya era hora.
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