¡Puff! Hoy sí que me despierto a las tantas.
Aparte de ser el día del Señor, es demasiado tarde para echar horas en el jardín. Así que, nada de trabajo intenso y dedico la mañana a tareas del hogar (colada manual, limpieza de sillas para el jardín… y no recuerdo que más hice)
Salgo al vermú hacia las tres. La peña está en un bar de la plaza y entre caña y caña las conversaciones se suceden sin pausa. Se habla del sermón del domingo (¡Ueeep, curioso, cuando menos!), de los kikos, que se han instalado en un pueblo vecino abandonado y han restaurado la iglesia (la de pasta que debe tener esta gente). De ahí se pasa la mordedura de un mastín de pastor a un visitante del pueblo, las fiestas de los pueblos en general, y que mejor verbena y papeo gratis que toros, como pasa en otros pueblos. Pero en esto no todo el mundo está de acuerdo. Bromas aparte, se oye algún comentario, sobre si se debería ir a comer. Se paga... y entramos en otro bar. El vermú acaba a las 17:00, pero esta vez, me digo que voy a comer y de caliente.
Así que hacia las 18:00, siesta. Me planteo aprovechar algo de la tarde para hacer ejercicios de italiano (que me quedó para septiembre), es decir, cuarto de hora de Duolingo y otro cuarto de hora de lectura. Entre eso, colocar cuatro cosas y hacer un par de llamadas, me quedo sin luz natural. Pero esto no se ha acabado. Salgo un rato a pasear y todavía saco unas buenas fotos de extrarradio de pueblo, con cebaderos de cerdos, cuyo olor me invade con frecuencia. ¡Que no debería ya estar prohibido tener esas granjas tan cerca de las casas! Flipo. Pensaba había una normativa al respecto.
Sigue siendo un viaje al pasado.
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